Early on, the ritual began: lit wood, well-cooked embers, and that unmistakable aroma that only a good Rivadavia lamb can offer. With patience and dedication, we cooked it over low heat, turning it slowly, letting each part brown just as it should: crispy on the outside, tender on the inside.
We marinated it with fresh herbs, garlic, chili, and a touch of lemon, all chopped by hand, as tradition dictates. Each turn on the grill was an excuse to gather around the fire, chat, and open a good wine. There's no rush when cooking with love.
And when it was finally ready... it was pure excitement. Accompanied by a true Creole Russian salad, every bite was a feast for the soul. Cooking like this isn't just about preparing food; it's about honoring our customs.
Desde temprano, el ritual comenzó: leña encendida, brasas bien hechas y ese aroma inconfundible que solo un buen corderito Rivadaviense puede regalar. Con paciencia y dedicación, lo pusimos a fuego lento, girándolo despacio, dejando que cada parte se dorara justo como debe ser: crujiente por fuera, tierno por dentro.
Lo marinamos con hierbas frescas, ajo, ají y un toque de limón, todo picado a mano, como manda la tradición. Cada vuelta al asador era una excusa para reunirnos alrededor del fuego, charlar y abrir un buen vino. No hay apuro cuando se cocina con amor.
Y cuando por fin estuvo listo… fue pura emoción. Acompañado con una ensalada rusa bien criolla, cada bocado fue una fiesta para el alma. Cocinar así no es solo preparar comida, es honrar nuestras costumbres.