Reconocer que las personas son más que sus momentos más oscuros, y que honrar lo bueno es, en el fondo, honrar tu propia capacidad de ver belleza donde otros solo ven heridas.
Como decía Rilke: "Amar no es abandonarse mutuamente, sino darse mutuamente espacio para crecer". Quizá en eso radique la verdadera madurez afectiva: en dejar que lo bueno permanezca, incluso cuando las personas ya no puedan permanecer.
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