Espinaca: poder y belleza
Un saludo para mis amigos de #TheHerbalHive
Siempre que veo la espinaca recuerdo mi prolongadas anemias. Mi madre me preparaba espinaca y remolacha. Aún tengo gusto por la espinaca, otras terminé rechazasándolas. Tanto es el valor nutricional de la espinaca que su prestigio fue inmortalizado por Popeye, el famoso marinero que debe su fuerza sobrehumana al consumo de espinacas.
Si puedo decirles que es una hierba rica en hierro, que me cuesta considerarla vegetal, pero lo es. Dado a su poco consumo no reconocemos sus valores y propiedades.
En el huerto vecino, entre otras plantas, está la espinaca pegada a la cerca metálica. De un verde opaco, la Spinacia oleracea como se le llama cientificamente. Parece modesta, pero rica en hierro, vitaminas y fibras que fortalecen, revitalizan y depuran el organismo.
Pocos reparan en su flor, ese instante fugaz en el que la espinaca deja de ser solo alimento y se convierte en poesía.
La espinaca es, ante todo, una planta de contradicciones. Cultivada por sus hojas, se le corta o arranca antes de que alcance su madurez reproductiva, como si el ser humano hubiese decidido que su único propósito es servir de alimento. Sin embargo, cuando se le permite florecer, ya sea por descuido o por voluntad, revela una belleza mínima pero conmovedora.
Sus flores son pequeñas, rosadas como las que dibujaba cuando niña: petalos perfectos con el centro amarillo. No tienen la exuberancia de un girasol, pero poseen una belleza sencilla y duradera.
Según la botánicamente, la espinaca es un ejemplo de adaptación. Son plantas dioicas: macho y hembra. Unas producen polen; otras, frutos que guardan las semillas como tesoros. Esta dualidad, este juego de complementos, es un recordatorio de que hasta en lo funcional hay espacio para la rareza.
A veces ignoramos la flor de la espinaca, porque nos detenemos en su utilidad y la vemos ya agrupadas lista para preparar. Su capacidad para enriquecer ensaladas, sopas o licuados es asombrosa, sin embargo no nos detenemos a contemplar su ciclo completo. La flor de la espinaca nos recuerda que la naturaleza no distingue entre lo bello y lo práctico. Es ambas cosas, siempre.
Las hojas de la espinaca nos nutren, sí, pero su flor nos enseña que la belleza no requiere grandilocuencia. Hasta en lo humilde habita lo extraordinario.
Como ven la espinaca es una planta con propiedades asombrosas, aunque su elección como fuente del poder de Popeye resultó algo exagerado, pues los marineros contraen enfermedades como el carbunco por no consumir vitaminas. Por ello se sobrestimó el contenido de hierro en esta verdura. Este mito se popularizó porque el personaje de Popeye, promovía alimentación saludable
Tal vez, la próxima vez que veamos una espinaca en el jardín, debamos esperar un poco antes de cosecharla. Dejar que florezca. Permitirnos admirar, aunque sea por un día, esa efímera gracia que no alimenta el cuerpo y el alma.
Gracias por visitar mi blog. Soy crítica de arte, investigadora social y amante de la cocina. Te invito a conocer más de mí, de mi país y de mis letras. Texto y fotos de mi propiedad.
Spinach: Power and Beauty
Greetings to my friends at #TheHerbalHive
Whenever I see spinach, I’m reminded of my prolonged bouts of anemia. My mother would prepare spinach and beets for me. To this day, I still enjoy spinach, though I’ve grown to dislike other foods. The nutritional value of spinach is so great that its prestige was immortalized by Popeye, the famous sailor whose superhuman strength came from eating it.
I can tell you that it’s an herb rich in iron—so much so that I struggle to think of it as just a vegetable. Yet, because it’s not widely consumed, we often overlook its true worth and benefits.
In the neighbor’s garden, among other plants, spinach grows close to the metal fence. Its dull green leaves, Spinacia oleracea as it’s scientifically known, may seem modest, but they’re packed with iron, vitamins, and fiber that strengthen, revitalize, and cleanse the body.
Few notice its flower, that fleeting moment when spinach stops being just food and becomes poetry.
Spinach is, above all, a plant of contradictions. Grown for its leaves, it’s often cut or uprooted before reaching reproductive maturity, as if humans decided its sole purpose is to be eaten. Yet, when allowed to bloom—whether by neglect or intention—it reveals a subtle but moving beauty.
Its flowers are small, pink like the ones I drew as a child: perfect petals with yellow centers. They lack the boldness of a sunflower but possess a simple, enduring charm.
Botanically, spinach is a marvel of adaptation. It’s a dioecious plant: male and female. Some produce pollen; others bear fruit that cradles seeds like treasures. This duality, this interplay of complements, reminds us that even in functionality, there’s room for wonder.
We often overlook the spinach flower because we focus on its utility, seeing it only as bunched leaves ready for cooking. Its ability to enrich salads, soups, or smoothies is remarkable, yet we rarely pause to witness its full life cycle. The spinach flower reminds us that nature doesn’t distinguish between beauty and practicality—it is always both.
Spinach leaves nourish us, yes, but its flower teaches us that beauty doesn’t need grandeur. Even in the humble, there is something extraordinary.
As you can see, spinach is a plant with astonishing properties, though its role as Popeye’s power source was slightly exaggerated. Sailors often suffered from diseases like scurvy due to vitamin deficiencies, leading to the overestimation of spinach’s iron content. This myth became popular because Popeye’s character promoted healthy eating.
Perhaps the next time we see spinach in the garden, we should wait before harvesting it. Let it bloom. Allow ourselves, even for just a day, to admire that fleeting grace—a beauty that nourishes not just the body, but the soul.
Thanks for visiting my blog. I’m an art critic, social researcher, and cooking enthusiast. I invite you to learn more about me, my country, and my writing. Text and photos are my own.