El árbol de mango era el más viejo, alto y el más sabio de todos los árboles del bosque. Tenía una sola hoja grande y redonda en el centro de su copa, que parecía un ojo gigante. Por eso, los demás árboles le respetaban y lo llamaban «el cíclope».

El cíclope había visto muchas cosas en su larga vida. Había visto el nacimiento y la muerte de las estrellas, el cambio de las estaciones, el paso de los animales y a una rara especie «Homo sapiens». Había visto la belleza y la magia de la naturaleza, pero también la destrucción y el sufrimiento que causaban los humanos.

Un día, el cíclope sintió un dolor agudo en su tronco. Miró hacia abajo y vio que unos hombres habían llegado con motosierras y hachas. Estaban cortando a sus hermanos y hermanas «los otros árboles», sin piedad. El cíclope se llenó de tristeza y de rabia. Quiso gritar, pero solo pudo emitir un suspiro.

— ¿Qué hacemos? Preguntó una voz a su lado. Era una inquieta ardilla que vivía en sus ramas.
— No lo sé. Respondió el cíclope. — No podemos defendernos. Solo podemos esperar que se apiaden de nosotros.
— No creo que lo hagan. Dijo la ardilla. — Son codiciosos y crueles. Solo les importa el dinero y el poder.
— Entonces, ¿no hay esperanza? Preguntó el cíclope.
— Tal vez sí. Dijo la ardilla. — Tal vez haya alguien que nos escuche y nos ayude.

La ardilla se acercó al ojo del cíclope y le susurró algo al oído. El cíclope asintió con una leve sonrisa. Luego, cerró su ojo y se concentró. Empezó a enviar un mensaje telepático a todos los seres vivos del bosque. Les pidió que se unieran a él en una plegaria por la paz y la armonía. Les pidió que le enviaran su energía y su amor.

Poco a poco, el bosque se fue llenando de una luz verde y cálida. Era la luz de la vida, la luz de la esperanza. Los animales, las plantas, los insectos, los hongos, todos se conectaron con el cíclope y con el resto del bosque. Formaron una red de conciencia y de solidaridad.

«Los seres racionales» que estaban talando los árboles se sorprendieron al ver la luz. Se detuvieron y miraron con curiosidad. Algunos sintieron miedo, otros, asombro; algunos, vergüenza. Entonces, escucharon una voz en sus mentes. Era la voz del cíclope, que les hablaba con dulzura y firmeza.

— Somos el bosque. Somos tus hermanos y hermanas. Somos parte de la misma tierra, del mismo aire, de la misma agua. Somos parte de la misma vida. No nos hagas daño. No te hagas daño a ti mismo. Respeta la naturaleza. Respeta la vida. Respeta la magia, sea creación o evolución. Ustedes son los herederos.

Los hombres se quedaron mudos. No sabían qué decir ni qué hacer. Algunos soltaron sus armas y se arrodillaron. Otros se echaron a llorar. Otros se abrazaron entre ellos. Todos sintieron algo que hacía mucho que no sentían: compasión.

El cíclope abrió su ojo y los miró con benevolencia. Les sonrió y les dijo:

— Gracias por escucharnos. Gracias por entender. Gracias por cambiar.

Así fue como el árbol de mango que se parecía a un cíclope salvó al bosque y a los humanos. Así fue como el bosque y los seres racionales aprendieron a vivir en paz y en armonía. La naturaleza y la magia siguieron floreciendo en el mundo.

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