Cuando Daniel recibió la noticia de su despido, sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. Había dedicado años a su trabajo y, de un momento a otro, todo desapareció. Pero en lugar de sumirse en la desesperanza, miró a su familia y supo que debía reinventarse. Así nació Teque Dani, no solo como un emprendimiento, sino como un símbolo de resistencia y unión.

Desde pequeño, Daniel había aprendido de su abuela el arte de hacer tequeños. Crujientes por fuera, suaves y llenos de queso por dentro, eran un bocado que siempre despertaba sonrisas. Con la ayuda de Elsa, su esposa, y María, su hermana, decidieron convertir esa tradición en su nuevo sustento. La cocina de casa se transformó en un taller improvisado, donde amasaban, cortaban, envolvían y empacaban con dedicación. Cada paquete de 12 tequeños era elaborado con amor, un reflejo del esfuerzo familiar.
Al principio, las ventas fueron lentas. Recorrían el vecindario ofreciendo sus productos, y algunos amigos ayudaron a promocionar el negocio en redes sociales. La clave fue la calidad: los tequeños de Teque Dani no solo eran deliciosos, sino que transmitían el calor de una familia que luchaba por salir adelante. Pronto comenzaron a recibir pedidos de restaurantes y eventos, y lo que comenzó como una necesidad se transformó en un pequeño éxito.
El negocio creció, y con él, la confianza de Daniel en sí mismo. Lo que empezó como un esfuerzo de subsistencia se convirtió en un emprendimiento sólido, gracias a la perseverancia y el apoyo incondicional de su familia. Hoy, Teque Dani no solo es reconocido por sus tequeños, sino por la historia detrás de cada paquete.
Entre harina, queso y sueños, Daniel aprendió que la vida siempre tiene formas inesperadas de abrir nuevas puertas.
Foto(s) tomada(s) con mi smartphone Samsung Galaxy S22 Ultra.